Adamira Martínez, una mujer de 35 años compartía su historia con una valentía y sinceridad que resonaban en cada rincón del lugar. (Ilustración: (Elines Arias)
Yipsy López
Foto: David Pérez
EL NUEVO DIARIO, SANTO DOMINGO.- La mañana del sábado 5 de octubre, el estudio de grabación de El Nuevo Diario Podcast se convirtió en un espacio cargado de emociones.
Frente a las cámaras, Adamira Martínez, una mujer de 35 años compartía su historia con una valentía y sinceridad que resonaban en cada rincón del lugar. Su voz, a veces temblorosa, narraba un capítulo que comenzó con una noticia devastadora: el diagnóstico de cáncer de mama mientras estaba embarazada.
El descubrimiento llegó de forma inesperada, cuando decidió acompañar a su madre enferma al hospital. Lo que nunca pensó es que su vida ya no sería la misma. Martínez decidió hacerse un chequeo médico por una molestia que sentía en su mama derecha. Luego de realizarle los estudios necesarios, los médicos le diagnosticaron un carcinoma ductal infiltrante grado dos. Con la voz entrecortada y los ojos aguados, reveló: “Cuando me diagnosticaron cáncer, sentí que me iba a morir”.
Sin embargo, el destino le tenía preparada otra sorpresa. En medio de la tormenta, el resultado de una prueba de embarazo reveló una nueva razón para luchar: su bebé. “Dios tiene un propósito”, se repitió, y así, la lucha por su vida se entrelazó con la de su hija. La fe y el amor se convirtieron en su ancla, y a pesar de los días de dolor y las noches de insomnio, mantuvo una actitud positiva. “Siempre traté de hacer lo que los médicos me decían, de ser feliz a pesar de todo”, expresó, iluminando el espacio con su determinación.
Las quimioterapias comenzaron a las 20 semanas de embarazo. Cada sesión era un desafío; el temor por su salud y la de su pequeña la acompañaba. “No quiero que se me muera la que tengo adentro”, recordó haber pensado mientras firmaba papeles que la hacían responsable de cualquier complicación. La angustia era palpable, pero también lo era la fuerza que provenía de su familia. Su esposo, Carlos Ruiz, se convirtió en su apoyo más firme en esos momentos de vulnerabilidad.
“Yo la encontraba llorando y tenía que ponerme a hablar con ella. No te puedes poner así. Tú estás embarazada”, recordó, añadiendo que a veces no sabía de dónde sacaba las palabras para animarla.
Durante su tratamiento, una nueva realidad se impuso: la pérdida de su cabello. “Al principio lloré, pero luego decidí salir sin peluca”, confesó, mostrando una sonrisa que reflejaba su resiliencia. A pesar de las miradas curiosas en la calle, se armó de valor. “Me acostumbré. Esta es mi vida”, decía, convirtiéndose en un símbolo de autenticidad y fuerza para quienes la rodeaban.
El nacimiento de su hija trajo consigo un nuevo capítulo, lleno de esperanzas renovadas, pero también de desafíos. Las complicaciones tras el parto la llevaron de nuevo al quirófano. Mientras su esposo esperaba ansiosamente noticias, el tiempo se tornaba eterno. La angustia de no saber su estado era un peso que llevaban ambos, pero cuando finalmente supieron que todo estaba bien, la alegría fue inmensa.
A medida que narraba su experiencia, una nueva preocupación surgió: el costo de los tratamientos. Con un tratamiento que ascendía a más de cinco millones de pesos, la realidad de muchos pacientes de cáncer se hizo evidente. “Es triste ver cuántas personas mueren por no tener acceso a medicamentos”, expresó con voz entrecortada. Su historia no solo es un testimonio de lucha personal, sino también un grito por empatía en un sistema que muchas veces olvida a los más vulnerables.
Esta historia, compartida en el marco del Día Mundial contra el Cáncer de Mama, es un recordatorio de que detrás de cada diagnóstico hay un ser humano que enfrenta sus miedos y esperanzas. El esfuerzo por dar visibilidad a estas realidades es parte de la campaña “No todo es rosa”, una colaboración de la Fundación Juliana Oneal y El Nuevo Diario, que se unen para resaltar la importancia de la empatía y el apoyo en la lucha contra esta enfermedad.
Mientras la grabación llegaba a su fin, quedó claro que la lucha no es solo individual, sino colectiva. La voz de esta mujer resonará en el corazón de muchos, un recordatorio de que, a pesar de las sombras, siempre hay un destello de luz.